O de cómo el consumo de cerveza artesana supone una reacción a las bebidas de masas y sus consecuencias económico-políticas a nivel teórico.
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Como me ha pasado con otras entregas de “reflexiones cerveciles”, creo sinceramente que esto podría dar para una tesis doctoral, no sé muy bien qué departamento de la universidad española podría aceptarlo, y menos aún dada la situación actual, pero creo que hay mucho que decir y que, por lo tanto, esto se va a quedar en unas notas o apuntes sin importancia, pero bueno… y sí, me he pasado con el título, y más con el subtítulo, pero mola.
De nuevo, antes de seguir, quiero decir que soy consciente de que lo que voy a decir puede sonar un poco radical y que, evidentemente, puede haber gente que no piense así, que no esté de acuerdo con lo que yo digo, pues bien respeto ambas posturas, evidentemente, pero ello no quiere decir que yo sea un bochevique ni un revolucionario, sino que creo que todo se ha ido mucho de mano y creo que hay que replantear un poco las cosas.
Bueno, dicho todo esto, (parece que voy a proponer una revisión de todo el sistema de la física cuántica o algo así, jejeje) lo que quiero decir es que creo que la producción y el consumo de cerveza artesana supone una forma de acción política que puede que sea muy pequeña, a nivel global, pero creo que es significativa y que poco a poco puede ir cambiando las cosas, como está pasando en EEUU, donde el consumo de cerveza artesana cada vez es mayor y ya empieza a significar algo para las grandes multinacionales.
Pues bien, ese consumo de cerveza artesana, desde mi punto de vista es una forma de acción política como lo es el vegetarianismo (que desde el punto de vista político es el único respetable, por mi parte, ya que desde el punto de vista moral me parece una ñoñería) simple y llanamente porque es plantarle cara a toda una industria a la que no le importan en absoluto sus consumidores, ni siquiera sus productos, lo único que les importa es vender millones y millones de litros de un líquido que ya no es cerveza ni es nada, que nos ha acostumbrado a ello y no quiere que adquiramos nuevos hábitos (lo mismo que le pasaba a Mickey Mantle de los New York Yankees en “
Una historia del Bronx”)
Es curioso porque, en la eterna dicotomía con el vino, esto no ha ocurrido, o por lo menos de una forma tan radical. En España, cuando alguien bebe un Don Simón, es consciente de que no está bebiendo un Vega Sicilia, pero cuando alguien se bebe una Alhambra cree que está bebiendo una cerveza buena de verdad. Y eso es precisamente porque la industria nos ha acostumbrado a beber cervezas de bajísima calidad.
Frente a esto, se presentan las cerveceras artesanas, que hacen productos de calidad, en los que el productor se interesa por su producto, pero también por sus clientes, quiere ofrecer un producto de calidad en las cantidades que sea posible, no como las grandes empresas, en las que, como hemos dicho, se antepone la cantidad a la calidad.
Esto significa que yo prefiero beber cerveza artesana porque le estoy dando mi dinero a un productor que se preocupa por su producto y que se preocupa por sus clientes, no a un tío al que le da tanto igual su cerveza que ni siquiera la bebe, porque no creo que el dueño de Budweiser beba su cerveza…y al margen de que hayan engañado a la mayoría haciéndole creer que su cerveza es buena (ojo, a mi me gusta la Mahou clásica, pero sé que no es buena, no hay que confundir…) sería, incluso una buena forma de salir poco a poco de la crisis, dándole el dinero al productor, a un productor local, que revierte sus ganancias en la zona y no a una empresa multinacional que contrata a sus empleados, poniéndoles salarios bajísimos, distribuye sus ganancias en distintos lugares, etc.
La gran objeción de todo esto llega muy rápido: es más cara. Bueno, pues la solución no tarda mucho más: beba usted menos, que además es más sano. Yo desde luego prefiero beber menos pero de más calidad que más de peor calidad, eso lo tengo clarísimo, evidentemente esto también depende de gustos… pero vamos, que si se quiere, se puede. Por otro lado, aunque eso ya es otro tema, el precio de la cerveza en general es mucho más democrático que el del vino, pero ahí no nos vamos a meter que pueden saltar asperezas.
Todo lo dicho es lo que me hace seguir siendo un fiel consumidor de cerveza artesana, bueno, eso, que me encanta y que hay mucha variedad y que parece que siempre hay cosas que descubrir y que aprender, como pasa con el jazz.