Antes de empezar quiero decir que digo ibérica y no española simplemente porque me mola mas, no porque tenga ninguna segunda intención ni haga alusión a nada. El caso es que ayer fui a Pryca (sí, soy uno de los no se ha acostumbrado a llamarlo Carrefour) y vi que en la parte de cervezas tenían Chimay, Leffe de 75 cl. Unas cuantas bávaras, alguna checa, dos o tres “artesanas” españolas y, sobre todo, ¡marca blanca de cerveza artesana! No sé si alguno más sabía esto, pero yo no tenía ni idea. Además, ¡había tanta gente en esa zona del pasillo que incluso me costó acercarme para poder ver los productos! Lo nunca visto. Así que puse a reflexionar, porque yo soy mucho de eso, de reflexionar y me di cuenta de que esto del boom cervecil peninsular ha llegado a unos niveles que creo que ninguno de nosotros podía sospechar.
Hace la friolera de diez añitos recuerdo ir a comprar bebidas alcoholicas con mis colegas púberes para dedicarnos a ingerirlos en la calle. En aquella época esto era muy habitual. Recuerdo también que la mayoría de mis amigos y demás allegados compraban Kalimotxo y litronas, algunas chicas compraban Maritrini, y los más avezados Ron o Whiskey. Yo, en cambio, me iba a la parte de cervezas del Pryca (en esa época si se llamaba Pryca) y me pillaba las cervezas que fueren de importación. Recuerdo con especial cariño las Grimbergen, Paulaner, Franziskaner, alguna Guiness o Murphys (hoy que es San Paddy), alguna Leffe o incluso Chimay. Pero nada más. Era imposible comprar cualquier otra birra. Y si hablabas de birras yankees te referías a la odiada (y con razón) Budweiser.
Unos años después, pero con las mismas constates vitales cerveciles, terminé mi primer curso universitario y conseguí una beca para ir a estudiar alemán a Munich. Yo, evidentemente, no quería aprender alemán, sino probar birras nuevas. Y lo hice, vaya si lo hice. No sólo me puse finolis a Paulaner, Agustiner, Lowenbrau y a ir a la Hofbräuhaus sino que busqué con ahinco nuevos estilos y me familiaricé con relativa facilidad con rarezas como las ahumadas de Bamberg, la Kolsch de Colonia, la Altbier de Düsseldorf… Tocaron retirada y volví a esta, nuestra querida piel de toro, pero cual fue mi decepción cuando al volver al Pryca, vi que sólo había la misma mierda de siempre (perdonen el francés, pero era así).
Unos años después me surgió una oportunidad parecida, pero en esta ocasión para mejorar mi inglés en Newcastle. Y del mismo modo traté de hacer lo mismo que unos años atrás hice en Baviera, recorrerme los pub a lo largo del Tyne buscando Real Ales, casks y demás caldos británicos. Tuve la oportunidad de probar la archiconocida Newcastle Brown Ale, pero también otras Brown Ale, unas cuantas Stouts, un par de Old Ales, una Barley Wine y alguna que otra Bitter. Unas mejores y otras peores, lo que desde luego hicieron fue aumentar mi registro cervecil. La vuelta también fue muy similar a la anterior, pero en esta ocasión el batacazo fue mucho menor, porque ya sabía lo que me esperaba en las bandejas del Pryca.
La explosión para mi, llegó cuando recibí una beca Erasmus para ir hacer los cursos de doctorado a Leuven, Bélgica. Yo decía a mis amiguitos que me iba allí porque era el lugar en el que estaba el archivo Husserl, autor por el que yo tenía gran predilección, pero en realidad lo hice por la cerveza… el año entero fue un no parar de probar cervezas y estilos nuevos, visitar cerveceras, cervecerías, bares, pubs, lo que fuera, incluso hice varios cursos de cata pero, sobre todo, fui varias veces a la abadía de St. Sixtus, donde se elabora la celebrada Westvleteren y en todas esas ocasiones me pedí carias veces las 12, que como muchos de vosotros sabéis, está que te inclinas. Evidentemente podría estar años hablado sobre ese año, Gante y la Kloekke Roeland, las Ardenas y las saison, Bruselas y las lambic…
El caso es que a mi vuelta el batacazo, esta vez fue mucho menor. Justo ese año empezaron a encontrarse algunas cervecitas más, no solo en el famoso Pryca si no que empezaron a aparecer tiendas y bares cada vez más especializados que traían más y mejores cosas. Poco después empezaron a aparecer también cervezas artesanas españolas, unas que me gustan más y otras que me gustan menos, pero eso es lo normal, ¿no? Para gustos están los colores, que dice mi querida madre. De una forma un tanto hegeliana, mi reacción, a lo largo del tiempo, ha tenido tres fases:
1.Alegría: bien, por fin empieza a haber cervezas decentes. No solo voy a poder comprarlas, en bares o tiendas sino que también voy a poder empezar a hablar con gente sobre el lúpulo o la levadura sin parecer un astraterrestre.
2.Decepción: algunas de las cervezas artesanas son una auténtica castaña, lo único que pretenden es vender, se la suda la birra, a la gente le mola la birra porque está de moda, hace unos años era imposible pillar esto, ¿dónde estaba esta gente entonces?, a mi me molaría hacer algo pero no puedo… pesimismo galopante.
3.Aceptación y optimismo: vale, esto es una moda y va a pasar, pero mientras tanto vamos a aprovecharlo, a hincharnos a birras que son el recopetín. Pasará la moda y no habrá tantas cerveceras, pero las que haya serán las buenas, gracias a la sabia decantación que produce el tiempo.
Conclusión: pasa lo mismo que con la música, y sobre eso ya habló Pulley en "One shot":
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